miércoles, 18 de febrero de 2015

Comentario: Muerte sin fin, José Gorostiza.

Esta semana he decidido comentar otro poema largo, en esta ocasión del autor José Gorostiza, otro gran escritor de la literatura hispanoamericana. Esta vez me he encontrado con un poema muy complejo, pero que trata el tema de la muerte a través de la mirada de este gran autor mexicano. 

José Gorostiza nació en Villahermosa, Tabasco, en 1901, y murió en la Ciudad de México en 1973. Se trasladó a la ciudad de México y en 1920 concluyó los estudios de bachiller en Letras. Formó parte del grupo de la revista Contemporáneos (1928-1931). Fue profesor de Literatura Mexicana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, en 1929; de Historia Moderna en la Escuela Nacional de Maestros, en 1932, y jefe del Departamento de Bellas Artes de la Secretaría de Educación Pública. El 14 de mayo de 1954 fue electo miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, correspondiente de la española, y el 22 de marzo de 1955 lo fue de número, ocupando la silla número XXXV. A pesar de sus dotes no fue un literato prolífero; posiblemente sus actividades diplomáticas y políticas no se lo permitieron.

Publicó únicamente tres obras: La primera, Canciones para Cantar en las Barcas (1925), se caracteriza por la pureza de su línea y delicadeza de su lirismo. La interrelación de estos elementos le permitió escribir poemas aparentemente simples, pero sumamente complejos en su significación y lirismo.

Después de catorce años, durante los cuales sus poemas permanecieron inéditos o dispersos en revistas y antologías, apareció Muerte sin fin (1939), uno de los más importantes poemas largos escritos en español; en éste, los versos dejan la simplicidad y, sin abandonar el diálogo entre vida común y expresión exacta, se sumergen en una búsqueda poética exhaustiva del ser, en el mundo y en la muerte.

En 1946 apareció Poesía, libro en el que reúne las obras anteriores y poemas inconclusos, bajo el título "Del Poema Frustrado" y el ensayo "Notas sobre poesía". En 1968 recibió el Premio Nacional de Letras y murió en la ciudad de México el 16 de marzo de 1973.


Muerte sin fin es probablemente la obra poética de la literatura mexicana de este siglo que ha merecido más estudios, elogios y admiración. Para Octavio Paz (1914- ) esta obra "se instala fuera del tiempo" y es ejemplo de una "perfección acabada". El texto de Gorostiza es un admirable retorno a una tradición no muy frecuente en nuestra lírica: el poema extenso concebido como una unidad de pensamiento y lenguaje. Es un ejemplo de poesía hermética, densa, sombría que refleja su directa experiencia, mientras se encontraba en Europa. 

Está estructurado en diez partes que se pueden agrupar en dos bloques simétricos, que se cierran con un “baile”. En la métrica del texto el patrón básico es el verso endecasílabo que se alterna con heptasílabos y otros versos de arte menor, pero la ausencia de rimas borra cualquier semejanza con la silva clásica.

Un resumen del poema, según Octavio Paz: “Dios está enamorado de sí mismo pero no ve ni sabe de sí nada que nosotros no le mostremos: nuestra muerte, su muerte. Dios es consciencia pero esa conciencia se la damos nosotros. Y nosotros sólo somos conciencia de morir. Dios, inteligencia pura, en nosotros se ve morir infinitamente y sin descanso”. 

En este poema Gorostiza está centrado en el conflicto entre la forma y la materia, este vasto poema representa dramáticamente el esfuerzo del hombre y del poeta por hallar orden y permanencia, esfuerzo que tiene desenlace trágico. El deseo de relacionar materia y forma refleja también el anhelo de conciliar la existencia física con una visión filosófica, la realidad circundante con su representación en el poema, ilustra en últimas cuentas el impulso humano de sobreponerse al tiempo y a la muerte.

El poeta reconoce al vaso (continente) y al agua (contenido). El sujeto queda frente al objeto: vaso-agua, materia-forma en íntima correspondencia. El sujeto constituye el agua y el objeto el vaso. Literalmente esto no ocurre, aunque el sentido de la vista lo haga aparecer así; por lo mismo, esta "aparente" correspondencia es descrita de manera magistral por el autor. En el segundo canto, el poeta advierte la dificultad de los sentidos, porque distingue a la razón como el único criterio de verdad: la conciencia "aunque se llama Dios", no es "sino un vaso que nos amolda el alma perdidiza". Este Dios está condenado a mirarse morir en nosotros. Por lo mismo la razón se manifiesta en el "agua fofa, mordiente”. 

En su poema Gorostiza ronda las ideas de la génesis del universo, el juego armónico entre lo vivo y lo muerto, la relación entre Dios y el hombre, el infierno y la muerte, y Dios y el tiempo, entre otros temas en los que la muerte aparece como epítome de la belleza y esplendor del mundo.

Lo escrito por el artista tabasqueño es un canto laudatorio y ritual de la muerte. La muerte, el gran tema de Gorostiza, es un tema universal, permanente e inagotable. Además, es un tema muy arraigado a la conciencia mexicana, eso se puede observar en su arte popular y su muralismo. La muerte es un elemento fundamental en la cultura azteca, en las letras y en el arte barroco de México, que fue reactualizado por la sangrienta Revolución Mexicana, la Primera Guerra Mundial y la Guerra Civil Española.

El poema nos presenta las varias fases de un examen encarnizado, de un lúcido e intenso pensamiento encarnado en imágenes incandescentes que nos ilustran y deslumbran. En la última parte, observamos que el poema se acerca más a la tradición barroca y a la sensibilidad mexicana ante la mortalidad, se produce un giro y se vuelve desafiante. Aparece el diablo que subraya el aspecto “procaz” de la muerte y el espectáculo grotesco de morir ante el indiferente silencio de Dios, hasta que aparece el “baile” en el que se reta e insulta a la muerte en una ceremonia que parodia su propio horror: 




Desde mis ojos insomnes 

mi muerte me está acechando, 

me acecha, sí, me enamora 

con su ojo lánguido. 

¡Anda, putilla del rubor helado, 

anda, vámonos al diablo!


En conclusión, el vaso vacío no es nada, necesita del agua para ambos poder existir. Es la misma relación que tiene Dios con el hombre. Cuando el agua toma la forma del recipiente que la contiene participa del tiempo y de la vida, eso a la vez la lleva a la muerte. Una muerte sin fin porque se repite indefinidamente, cuando se acerca el fin todo regresa al punto de partida que es la creación.

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