El día estaba muriendo y ella seguía sentada en los
escalones de la entrada con el corazón en la mano. Intentaba recordar lo que había pasado, lo que
había hecho mal. No paraban de brotar lágrimas de sus ojos. Algunas de esas
lágrimas morían en sus labios y muchas otras dejaban un charco en el suelo,
pero todas estaban ahogando su inocencia.
Siempre fue una ingenua. Pensaba que las nubes eran de
algodón, que las lágrimas siempre eran dulces y que el príncipe azul existía…
Pero aquel frío día siempre lo recordará por el día en el que se cayó de las
nubes, conoció las lágrimas saladas y
fue abandonada por su Príncipe Azul…
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