- Dime qué es el amor.
Y ante tal pregunta me quedé muda. Esparramé mi mirada por la cafetería, buscaba algún cómplice entre la gente pero no encontré ninguna cara amiga. ¿Cuánto tiempo llevaba callada? ¿Media hora? Se me estaba haciendo eterno, pero por su cara noté que aún estaba a tiempo de reconducir la conversación antes de que empezara a ser un silencio incómodo. Intenté darle un giro, pero no me sirvió de nada. Él quería su respuesta, lo notaba en sus ojos atentos al movimiento de mis labios y mis labios querían huir, esconderse en el bolsillo izquierdo de la camisa, el que estratégicamente esconde mi corazón. Entre más lo pensaba, más quería esconderme yo también, pero yo solo veía un escondite posible, su corazón.
Rebusqué en mi bolso y encontré un pedacito de valentía, lo apreté fuerte y pensé “a por todas”. Finalmente decidí dar una explicación aclaratoria, y a ser posible positiva, que ayudara a alguien con dudas. Mi respuesta: “No sé”.
Y aquellos ojos color café que me tenían hechizada se abrieron sorprendidos y seguidamente unas carcajadas los acompañaron. En mi cara se pintó una mueca de desconcierto y una duda se clavó en mi pensamiento. Ahora sí que quería esconderme, aunque el escondite ya no era el mismo.
- ¿Nunca te has enamorado?
Esto empezaba a convertirse en la cita más difícil de la historia. Un apuro tras otro, mi cara tenía que ser un poema. Tenía enfrente al chico que me gustaba y era incapaz de responderle a sus preguntas. Él sonreía y mi cerebro se derretía. Estaba claro que me estaba dando todas las oportunidades para que yo me lanzara como un cohete al encuentro de sus pensamientos. En cambio, yo me chocaba con las paredes de mi vergüenza. Nuestras miradas llenaban los vacíos que mis palabras no eran capaces de llenar.
- Sí, me he enamorado. ¿Y tú?
- Yo vivo enamorado.
¡Vaya hombre! Y mi ilusión cayó al suelo. La vi huir arrastrándose hasta la salida de la cafetería, creo que se subió a un taxi y pidió que la alejara todo lo posible de mí. No recuerdo si fui capaz de levantar la cabeza después de tal palo a mi corazón, me quedé allí como una montaña de piezas de puzle sobre una silla. Creo que él se lo pasó bien encajando las piezas de mi cuerpo con gran paciencia, aunque no estoy segura de que las colocara todas bien porque desde aquel día siento algo extraño en el corazón.
Continuará...
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